El caso de Gisèle Pelicot ha sacudido profundamente a Francia y a todo el movimiento feminista global. La atroz experiencia de esta mujer ha revelado un sistema fallido de protección hacia las mujeres, y ha impulsado una nueva ola de activismo feminista.

Gisèle sufrió agresiones atroces durante nueve años: su esposo, Dominique Pelicot, la drogaba con ansiolíticos, permitiendo que docenas de hombres la violaran mientras él lo grababa y fotografiaba. Este juicio no solo pone en el banquillo de los acusados a 50 hombres que participaron en las violaciones, sino que también coloca a la sociedad misma en el centro del escrutinio. ¿Cómo pudo alguien cometer estos crímenes durante casi una década sin que nadie interviniera? ¿Cuántas mujeres más siguen sufriendo en silencio porque sienten que nadie las creerá o las protegerá? Estas son las preguntas que han llevado a miles de personas a manifestarse en ciudades como Marsella, París y Niza, exigiendo una respuesta contundente.

Las palabras de Gisèle, “Que la vergüenza cambie de lado”, se han convertido en un grito colectivo, una bandera bajo la cual miles de personas salen a las calles exigiendo justicia. Durante mucho tiempo, la cultura patriarcal ha impuesto una narrativa en la que las mujeres violadas cargan con la vergüenza y el silencio. El caso de Gisèle ha expuesto esta dinámica de manera devastadora, mostrando cómo la violencia sexual se perpetúa en la sombra, protegida por un entorno de complicidad y silencio. Gisèle, con su valentía, ha cambiado el enfoque: la vergüenza no pertenece a las víctimas, sino a los agresores.

Este caso pone de manifiesto la urgencia de que la sociedad y las instituciones asuman una responsabilidad activa en la protección de las mujeres y la erradicación de la cultura de la violación. Las manifestaciones que han surgido a lo largo de Francia no solo son un reclamo de justicia para Gisèle, sino también un grito de solidaridad hacia todas las mujeres que, como ella, han sufrido en silencio.

Gisèle Pelicot ha puesto rostro a una lucha que trasciende fronteras y que requiere de la acción colectiva de toda la sociedad. Que la vergüenza cambie de lado, y que la justicia sea verdaderamente reparadora para todas las mujeres. Es hora de que la vergüenza, la culpa y la responsabilidad recaigan sobre los verdaderos culpables: los agresores.

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